
La Unión Europea ha decidido aumentar en 800.000 millones de euros su gasto militar en los próximos cuatro años. Las reglas sobre déficit excesivo se ha anunciado que no serán aplicables. En Alemania, el país más poblado de la Unión, socialistas y democristianos promueven reformas constitucionales para facilitar un mayor endeudamiento. El más desenfrenado militarismo sacude hoy esta parte del mundo, que ha decidido que su prioridad número 1 es hacer frente a Rusia y que no es admisible la posibilidad de poner fin a la guerra de Ucrania.
Como puede verse, cuando se trata de aumentar el gasto social, todo son excusas, pero cuando se trata de lo que interesa a la clase dirigente europea, el dinero sale de debajo de las piedras. Por eso, quienes aspiramos a la transformación de la sociedad nos hallamos hoy ante un dilema: gasto en armas o en vivienda, sanidad y educación. Y no se diga que es precisamente la defensa de ese estado social que define a Europa la que se procura mediante un gasto en defensa que no tiene otro objetivo que, además de su salvaguardia, la de unas relaciones internacionales basadas en reglas. Nada más lejos de la realidad.
Sólo Alemania, Francia y Reino Unido tienen un gasto militar de 230.000 millones de dólares al año, que supera con mucho los 140.000 millones de Rusia. Y es que Rusia tiene un PIB que es poco mayor que el español. Por eso, aunque dedique una buena parte de sus ingresos a la guerra, la suma de los gastos militares de los países europeos miembros de la OTAN es infinitamente superior a la rusa.
Además, la guerra de Ucrania está demostrando que Rusia no puede constituir una amenaza militar seria para nadie. en agosto del año pasado, las tropas ucranianas invadieron la provincia rusa de Kursk y, pasados ya ocho meses, las fuerzas armadas del Kremlin se han mostrado incapaces de liberar su propio territorio nacional. Por su parte, en Ucrania, aunque es cierto que progresan, las tropas rusas lo hacen con una lentitud que pone de relieve que pocas ganas pueden quedarle a Moscú de embarcarse en una aventura que tuviera enfrente el peso militar de la OTAN en su conjunto, que es lo que sucedería caso de agresión a los países bálticos, Polonia o cualquier otro vecino.
Por tanto, el aumento del gasto militar al que Europa parece dispuesta no puede justificarse por la amenaza rusa. Más bien parece que, a pesar de toda la retórica anti-Trump que la clase dirigente europea está vomitando a través de los medios de comunicación a su alcance, lo que se persigue es justamente adecuarse a los mandatos llegados desde Washington de que Europa aumente el gasto militar que, naturalmente, irá a parar a las grandes empresas norteamericanas.
En fin, particular sonrojo causa que Europa pretenda erigirse a sí misma en el baluarte de los derechos humanos y del derecho internacional. En toda África, de Senegal a Níger y Mali, pueden preguntar lo que Francia allí significa (expolio de las riquezas naturales, favorecimiento de dictadores de toda laya). Por su parte, reino Unido y España participaron activamente en la ilegal invasión de Irak y mandaron tropas a Afganistán, igualmente invadido por los norteamericanos.
Además, frente al genocidio en Gaza, países como Alemania no hacen más que perseguir a sus propios ciudadanos que se manifiestan contra los crímenes sionistas en Palestina, mientras la Unión Europea sigue otorgando un trato preferencial a Israel.
Por eso, hay que decirle a Europa: «A otro perro con ese hueso!» desde hace cinco siglos Europa no representa en el mundo más que guerra y muerte. Desde las terribles escabechinas de indios en América o la esclavitud de los negros, pasando por el colonialismo de finales del siglo XIX, hasta la presente defensa de los regímenes más abominables, como los de Israel, Ruanda, o las satrapías religiosas de Oriente medio, Europa ha sido y es la negación misma de los valores que dice defender.