Como si de un “Bienvenido Mister Marshall” se tratara, esta semana hemos recibido la noticia de la próxima instalación de la base logística del ejército en Córdoba. La alegría manifestada por los grupos políticos y sindicatos oficiales y demás cortesanos contrasta con la tristeza de las personas y colectivos que nos sentimos antimilitaristas y que vemos como de nuevo se utiliza a la ciudad como víctima de un nuevo cuento.
Las cantinelas son las mismas que llevamos escuchando tantos años cuando se quiere hacer un estropicio urbanístico, albergar instalaciones contaminantes y dañinas o atraer a cualquier multinacional: que traerá trabajo a la ciudad. Y como ya sabemos desde hace todos esos años, eso siempre es falso.
Porque cuando llaman a esto traer “riqueza” a la ciudad cometen un error: esta nueva instalación militar no traerá riqueza, traerá negocio. Negocio para las grandes empresas especializadas en esa actividad y para los políticos comisionistas que las participan, recomiendan, intermedian y aconsejan. ¿Que puestos de trabajo puede crear una infraestructura militar? Ninguno. No olvidemos que el proyecto de la base logística tiene el obeltivo declarado de ahorrar personal civil y automatizar procesos respecto de las doce bases actuales a las que pretende sustituir. Eso quiere decir que parte de ese personal terminará trabajando en la nueva base; el resto, suponemos que terminará en el paro. Por otra parte, la mayor parte de la obras y trabajos relacionadas con Defensa son realizadas por empresas autorizadas por razones de seguridad.¿Qué les quedará a las cordobesas y cordobeses? ¿trabajar en la cantina?
Mientras en la calle aumenta sin parar el número de personas que se ven obligadas a pedir comida para poder sobrevivir, la preocupación en los despachos y altas instancias es la de traerse a la ciudad una basemilitar. Queda más claro que nunca, si esto es posible, que los intereses de la política institucional y los de la gente, tienen cada vez menos que ver.
Esta es una infraestructura que va contra todos los principios por los que debería guiarse una ciudad en la situación actual para afrontar, si es que esto fuera aún posible, los retos del cambio climático y la escasez de recursos energéticos. Porque lo que sí sabemos con certeza, es lo que nos quedará de todo este magnificente estruendo: carreteras y accesos construidos para las necesidades de la base, destrucción del entorno natural, contaminación, inseguridad, aumento del tráfico de materias peligrosas y varios cientos de
hectáreas a las puertas de la ciudad que se convertirán en hormigón.
El debate, al menos por aquellas fuerzas políticas que se autodenominan progresistas, debería estar en la utilidad del ejército. Un ejército que desde hace más de un siglo sólo ha ganado guerras contra su propio pueblo y muchos de cuyos altos cargos, siguen contemplando como su sagrada tarea el rebelarse contra las
decisiones políticas que no les gustan, como hemos visto últimamente. Pero al hilo del empobrecimiento mental en que vivimos, el debate se ha transformado en una pelea entre ayuntamientos para llevarse el emporio bélico a su territorio. Hemos pasado de preguntarnos si sirve de algo gastar más de 30.000 millones al año en gastos militares, a mendigar que los ejércitos se vengan a nuestra casa a ver si caen algunas migajas para los desgraciados. Un dinero que se podría estar empleando, entre una infinidad de cosas, para el Ingreso Mínimo Vital, en vez de haber rechazado el 95% de las solicitudes presentadas.
Las guerras siempre han sido un negocio, pero ya sabemos para quién. Y eso no ha cambiado ni cambiará jamás por mucha parafernalia de la que quieran revestirla. Ya sabemos a quién vende las armas nuestro país y para qué se emplean. Pero no digáis que eso crea “riqueza”.