¿Que pasa con el trabajo?

¿Qué pasa con el trabajo?
En 1994 el PSOE de Felipe González introdujo las primera reforma laboral, aunque no eran los primeros cambios en la legislación que venían a empeorar la situación de los trabajadores después de la transición; la cosa ya venía desde 1985. Pero hasta esa primera reforma hubo contestación en la calle y los sindicatos oficiales tuvieron que oponerse, al menos en el papel. Los trabajadores aún sentían que tenían que protestar aun contra un partido llamado socialista. Estas acciones de1994, aunque tal vez pobres, fueron las últimas en las que estar en el calle para defender los derechos de los trabajadores, aún era socialmente aceptado.

Pasados doce años, este PSOE introduce un abaratamiento general del despido (contenido fundamental de la reforma, que ha sido silenciado por los medios de comunicación de forma asombrosa), un aumento de los años necesarios para cobrar una pensión de jubilación (anunciando, además, un seguro aumento de la edad de jubilación para la siguiente reforma), desregula las condiciones de los trabajadores del sector público y todo esto con el acuerdo de UGT y CCOO e incluso el tibio asentimiento de IU. Y finalmente, con total indiferencia por parte de los trabajadores.

En todo el conjunto de reformas que se ha acordado, la inmensa mayoría de los beneficios será para los empresarios, que consiguen ingentes cantidades de dinero en subvenciones y rebajas a las cotizaciones sociales. Eso puede deducirse claramente del texto de la reformas. Pero esta idea no trasciende. Desde el gobierno se lanza el argumento de que va a acabar con la temporalidad y con un consenso casi absoluto, nadie protesta. Porque todo el mundo sabe que es mentira (cómo ha sido mentira en las anteriores) pero todos saben que si gobierno, patronal y cúpulas sindicales están de acuerdo, es para nada oponerse.

De manera que el gobierno queda bien. Incluso mejor que la patronal y los sindicatos oficiales. Todo el mundo sabe que estos van por sus intereses particulares. Pero los socialistas quieren aparecer como "progresistas". Esta reforma no se hace porque lo necesite la marcha de la economía, o la situación de las empresas, o porque sea necesaria una mejora de la competitividad, sino para mejorar las condiciones de los "trabajadores". Pero todas las medidas de la reforma que van a ponerse en marcha van a repercutir en una mejora de la situación de las empresas; los trabajadores nos quedamos igual. Los contratos indefinidos creados en la ultima reforma laboral, cuya indemnización en caso de despido improcedente se abarataba de 45 a 33 días por cada año trabajado no han servido en absoluto para reducir la temporalidad (que incluso ha aumentado del 33% al 35%). Han servido para ahorrar dinero a los empresarios cuando despiden (esa es la paradoja: para conseguir trabajadores estables se actúa sobre el importe que deben cobrar cuando sean despedidos, considerando así el improcedente como una forma habitual de despido). Pero aquí se sigue insistiendo en la misma fórmula. Y nos dicen que ahora sí que va a servir. Ahora sí. Y ya está.

La hipocresía social en la que nos movemos es cada vez mayor. Aceptamos mentira flagrante como argumento político. Y eso, los pocos que a los que hay que convencer, porque la mayoría lo ve como un asunto político más, en el que los trabajadores no tenemos nada que escuchar ni nada que decir.

Y es que, en las relaciones laborales, reivindicar no es moderno ni "progresista". Precisamente se ha convertido en lo contrario; nos dicen que los trabajadores somos una rémora, porque cobramos demasiado, costamos demasiado al estado y a los empresarios, porque no somos suficientemente competitivos, porque estafamos con las bajas médicas (no en vano hace unos días bombardearon con una noticia en este sentido), porque nos hacemos viejos y no nos morimos a tiempo. Y en los trabajadores y en los movimientos sociales, ha calado este mensaje.

La inmensa mayoría de trabajadores tiene una situación laboral pésima. Sin contrato o con un contrato precario, con nulo respeto a los convenios colectivos, tratados sin ningún respeto por los empresarios. Jornadas cada vez más largas. Salarios a veces, miserables. Accidentes laborales cada día. Y claro, cuando por esto no se articula la protesta, por una reforma laboral que no se sabe ni que cosa es, pues mucho menos. Esta reforma afecta sobre todo a los jóvenes, pero en los movimientos sociales tampoco ha tenido ningún eco la protesta contra ella. ¿Por qué no interesa luchar en el trabajo?

Cada vez que se introduce una de estas reformas, el resultado social no es el mismo cuando pasan inadvertidas que cuando se lucha contra ellas, aunque finalmente no se gane la batalla. Cada vez que damos por bueno un recorte de derechos, retrocedemos mucho más que si lo perdemos en la calle.

La CNT se ha opuesto a esta reforma y lo seguirá haciendo. Igual que actuamos día a día contra la explotación laboral. Porque pensamos que las condiciones de trabajo se tienen que mejorar como punto de partida de cualquier avance social. Y porque resignarse a soportar las condiciones de trabajo que nos imponen, es perder en parte cualquier otra lucha que se emprenda, puesto que en el trabajo y en las relaciones económicas se muestra la cara más dura del capitalismo. Ataquémosla.