Cuando priman los intereses
Un incendio provocado por proyectiles del ejército asola 9.000 hectáreas en Cerro Muriano, que arde desde hace varios días. Diversas zonas de alto valor ecológico han sido destruidas ante la pasividad informativa de los medios de comunicación, dada la autoría por parte de una "institución" del estado.
Cuando se escriben estas líneas se supone casi extinguido (controlado, ese ambiguo calificativo) el incendio forestal que ha arrasado ¿3.500?, ¿6.000?, ¿9.000? hectáreas de nuestra sierra cordobesa. Ha resultado curioso el tratamiento mediático que este desastre ha recibido, muy distinto al de otros incendios que comenzaron (y algunos aún continúan) más o menos en los mismos días que el que nos ocupa. No ha merecido ninguno de los titulares dedicados a, por ejemplo, el incendio forestal de Gran Canaria: “desastre ecológico”, “pérdida de especies de alto valor ecológico”,…; apenas unas imágenes, ninguna entrevista y unos segundos escasos en televisión y radio. Pero, ¿por qué? ¿Es que acaso el incendio cordobés ha sido de reducidas dimensiones? ¿Acaso se han quemado especies de escaso valor ecológico? ¿O quizás no haya alterado semejante fenómeno el equilibrio de la zona? Más aún, ¿contribuirá el incendio a mejorar la vegetación del lugar?
Nada de eso, amigos. A pesar de lo confuso de las cifras, y a falta de un examen más en profundidad, los trabajadores del servicio de extinción de incendios estiman que han podido arder unas 9.000 hectáreas, superficie nada desdeñable. En cuanto a la vegetación quemada, en absoluto carece de valor. Más bien al contrario. Se trata de una zona dominada por arbolado autóctono de quercíneas, con algunos enclaves (umbrías del río Guadalbarbo) muy bien conservados, donde se desarrollan bosques de encinas difícilmente reemplazables. Algunos de los lugares que han podido verse afectados tienen especial interés por albergar formaciones vegetales particulares; es el caso de los encinares ubicados cerca del pantano de San Rafael de Navallana. No en vano, la mayoría del terreno susceptible de haberse quemado, constituye un Lugar de Interés Comunitario (LIC), figura de protección europea. ¿Entonces?
Para dar respuesta a esta pregunta sólo hay que hacerse otra, ¿cuál ha sido la causa del incendio? O mejor, ¿quién lo ha causado? Pues ni más ni menos que el ejército. Sí, sí, el ejército. No contentos con disponer de una gran superficie para ellos solos, donde hacen y deshacen a su gusto, maltratando diariamente la naturaleza, se dedican a quemarla y, de paso, también queman los alrededores, terrenos públicos y privados. Un (o varios) proyectil sin explotar lo ha hecho fruto de las altas temperaturas. No es que ésta sea una cosa aislada; son frecuentes los incendios cada verano motivados por esta circunstancia. De hecho, está previsto que así sea, y existen grandes cortafuegos por todo el perímetro del recinto militar. Es decir, se asume que se le va a meter fuego al monte. Está visto que los cientos de millones de las antiguas pesetas (en partidas directas al ministerio de defensa o encubiertas bajo proyectos I+D) que el estado les brinda, no les llega para establecer un sistema que evite estos desastres, más allá de un simple cortafuegos: recogida de proyectiles, desactivación,… Y cabe preguntarse, para ir a misiones humanitarias ¿es necesario quemar el monte?
Parece por tanto que no existe mucho interés en dar difusión a un incendio causado por una institución tan reputada como el estamento militar. Claro, no es el caso de un pirómano perturbado, ni de un trabajador forestal desesperado que le mete fuego a lo primero que pilla porque no le van a renovar el contrato. ¿Se aplicará aquí la cacareada máxima de “incendiar no sale gratis”?, ¿se castigará a los responsables? Pero, ¿quién es el responsable? Ni una mención al tema. Se nos quiere hacer responsables a través de las distintas campañas de sensibilización (“una botella de cristal dejada en el bosque puede causar una catástrofe”, “un colilla mal apagada puede ser fatal”,…), se prevé castigos para aquellas personas que, por imprudencia, sin intencionalidad, causen un incendio, pero ni mu en el caso de los militares.
Con todo, el tema tiene su parte graciosa, o al menos paradójica. Por un lado, mientras ardían sus predios, efectivos militares del destacamento de Cerro Muriano se dedicaban a no se sabe muy bien qué en Gran Canaria. Por otro, la prohibición de poder acceder por tierra a la zona en llamas debido precisamente a la presencia de proyectiles sin estallar (incluso los medios aéreos de extinción no se acercaban mucho a las llamas por miedo a detonaciones), al parecer ni siquiera los militares. Total, que los famosos contingentes militares que se incorporaban este año para ayudar en las labores de extinción (entre otras funciones civiles que, poco a poco, van asumiendo…), no son capaces ni de extinguir aquellos incendios generados en su propia casa.
Triste balance el de esta tragedia natural. Como triste es que se antepongan los intereses de una institución que sólo genera allí donde va dolor, miseria y destrucción, a los de una sociedad que ve cada vez más difícil un futuro con árboles. Confiemos en la rápida regeneración de nuestro monte mediterráneo que, al fin y al cabo, se encuentra mejor adaptado que otros tipos de vegetación a esta clase de contratiempos.