8 de marzo. Día de la mujer trabajadora

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El 8 de marzo, celebramos el Día de la Mujer Trabajadora, siendo plenamente conscientes de la ingente tarea que nos queda por delante para conseguir la igualdad real entre los sexos y entre las personas. La igualdad es algo que el sistema (y la crisis económica que le ha servido de justificante para profundizar y extender el voraz e inhumano capitalismo) está transformando cada vez más en una quimera, pues la brecha de la desigualdad no para de crecer en todos los sentidos.  

Aún así, nadie duda, en nuestro entorno, de lo mucho que se ha avanzado en el último siglo en cuanto a los derechos de las mujeres.

Si volviéramos la vista a aquellos primero años del siglo XX e incluso a mucho más adelante, veríamos cómo entonces las mujeres carecían de cualquier derecho, eran meras receptoras de lo que la sociedad patriarcal, y profundamente misógina, consideraba que podían o no hacer y tener.

De esta forma, las mujeres, a lo largo de la historia, han sido consideradas como seres inferiores al hombre. Santo Tomás decía que las mujeres éramos hombres imperfectos. No éramos objeto de derechos  ni libertades y nuestra vida estaba limitada al hogar, al trabajo no remunerado y al cuidado de la familia.

Cualquier mujer que en estos tiempos destacara por algo –escritoras, pintoras, científicas, etc.-  eran ridiculizadas y ninguneadas.

La lucha por sus derechos de cientos de miles de mujeres a lo largo de la historia, pero mucho más intensamente en el último siglo, ha sido una tarea titánica.

Pensemos en todo lo que ha pasado desde aquélla primera celebración del día de la mujer trabajadora el 19 de marzo del 1911 en algunos países europeos.

Pensemos en aquella desigual y terrible lucha por ser consideradas ciudadanas de las sufragistas. Mujeres que fueron apaleadas, encarceladas, alimentadas a la fuerza y, lo que es peor, ridiculizadas hasta la náusea.

El derecho a la educación superior en las mujeres data en España de un 8 de marzo de 1911. Y en cuanto al trabajo, las mujeres, que eran mayoría en las fábricas de la era industrial, eran tratadas igual que los niños, cobrando menos de la mitad que los hombres por el mismo trabajo, Eran despreciadas, (empezando por los propios compañeros de clase social que, históricamente, nos han acusado de robarles los trabajos –eso hasta no hace demasiado-) y los puestos de trabajo mejores les estaban vetados por ley.
Hoy, sin embargo, parece que hemos olvidado casi todo eso y muchas mujeres creen que son derechos que se dieron por la bondad de los gobernantes, e incluso, a veces, mucha gente se permite despreciar esas luchas que, con sus aciertos y errores, nos marca un antes y un después.

Qué duda cabe del vuelco que ha dado la sociedad en este último siglo en cuanto a los derechos de la mujeres, en cuanto a nuestra visibilización y empoderamiento, pero ¿significa esto que todo está hecho, que, como tanta gente pregona, el patriarcado ha muerto, o que, como dicen otros muchos, las mujeres somos ya iguales a los hombres en derechos y en deberes? Evidentemente, no.

Un mínimo análisis de la realidad nos muestra un panorama desolador. Centros de poder dominados en exclusiva por hombres, salarios mucho más bajos por los mismos trabajos. Cargas emocionales muy diferentes para seguir ocupando los espacios menos relevantes y más dependientes. Empleos invisibilizados y mal o nada retribuidos. Violencia de género que mata casi a diario a mujeres desprotegidas por el sistema y que condena a cientos de miles al miedo, a los malos tratos y a la falta de autoestima, y a un largo etc.

Aún nos queda mucho camino por andar y en él, las mujeres, no debemos ceder un ápice, exigiendo a nuestros compañeros un acompañamiento real en la larga travesía que aún nos queda hasta conseguir la igualdad real y absoluta en derechos y obligaciones.

Pese a todo esto, las mujeres debemos estar enormemente orgullosas de nuestros logros, de nuestras conquistas y de nuestra visibilización y rebeldía, pero sabiendo que lo que en algunos lugares del mundo –los menos- hemos conseguido, está aún muy lejos de ser la normalidad.

No podemos olvidar que en la mayoría de los países del mundo las mujeres, hoy en día, viven en una situación semejante, si no peor, que la de nuestras bisabuelas. Mujeres sin derechos, víctimas de políticas y tradiciones profundamente misóginas y patriarcales, que les niegan toda posibilidad de crecimiento personal, de tener una vida digna y de un futuro para ellas y sus hijas.

Mujeres víctimas de violencia física y psicológica, mujeres mutiladas genitalmente para preservar el honor del hombre. Mujeres asesinadas, encerradas, maltratadas o quemadas por sus propios padres y hermanos, obligadas a casarse siendo niñas con hombres que las violarán a su antojo de por vida y que parirán hijos que se consideraran sus dueños e hijas que no tienen derechos (al igual que sus madres). La larga lista de iniquidades de que son objeto, aún hoy en día, millones de mujeres y de niñas en el mundo es infinita. Nuestra obligación es no olvidarlas, no conformarnos, ser inmunes a los mensajes y las políticas del neo-patriarcado y del capitalismo que nos intenta devorar.  Porque si somos la mitad de la humanidad no podemos permitir que se nos relegue, se nos margine y se nos invisibilice.

Sabemos, que llegará el momento en que no haga falta un día que reivindique nuestros derechos como mujeres trabajadoras, como personas detentoras de plenos derechos. Ese día llegará pero, mientras, celebremos este 8 de Marzo, día de la Mujer Trabajadora, orgullosas por todo lo conseguido y luchando, reivindicando y exigiendo todo lo que aún se nos niega por el hecho de ser mujeres, por el hecho de pertenecer a una clase social trabajadora, que siempre se ha destacado por su lucha y por la no aceptación de las injusticias.  

Cada lucha es una victoria